Si de mi baja liratanto pudiese el son, que en un momentoaplacase la iradel animoso viento,y la furia del mar y el movimiento;y en ásperas montañascon el suave canto enternecieselas fieras alimañas,los árboles moviese,y al son confusamente los trajese;no pienses que cantandosería de mí, hermosa flor de Gnido,el fiero Marte airado,a muerte convertido,de polvo y sangre y de sudor teñido;ni aquellos capitanesen las sublimes ruedas colocados,por quien los alemanesel fiero cuello atados,y los franceses van domesticados.Mas solamente aquellafuerza de tu beldad sería cantada,y alguna vez con ellatambién sería notadael aspereza de que estás armada;y como por ti sola,y por tu gran valor y hermosura,convertida en viola,llora su desventurael miserable amante en su figura.Hablo de aquel cautivo.de quien tener se debe más cuidado,que está muriendo vivo,al remo condenado,en la concha de Venus amarrado.Por ti, como solía,del áspero caballo no corrigela furia y gallardía,ni con freno le rige,ni con vivas espuelas ya le aflige.Por ti, con diestra manono revuelve la espada presurosa,y en el dudoso llanohuye la polvorosapalestra, como sierpe ponzoñosa.Por ti, su blanda musa,en lugar de la citara sonantetristes querellas usa,que con llanto abundantehace bañar el rostro amante.Por ti, el mayor amigolo es importuno, grave y enojos:yo puedo ser testigo,que ya del peligrosonaufragio fui su puerto y su reposo.Y agora en tal maneravence el dolor a la razón perdida.que ponzoñosa fieranunca fue aborrecidatanto, como yo de él, ni tan temida.No fuiste tú engendradani producida de la dura tierra;no debe ser notadaque ingratamente yerraquien todo el otro error de sí destierra.Hágase temerosael caso de Anaxérete, y cobarde.que de ser desdeñosase arrepintió muy tarde;y así su alma con su mármol arde.Estábase alegrandodel mal ajeno el pecho empedernido,cuando abajo mirando,del cuerpo muerto vidodel miserable amante allí tendido.Y al cuello el lazo atado,con que desenlazó de la cadenael corazón cuitado,que con su breve penacompró la eterna punición ajena.Sintió allí convertirseen piedad amorosa el aspereza.¡Oh tarde arrepentirse!¡Oh última terneza!¿Cómo te sucedió mayor dureza?Los ojos se enclavaronen el tendido cuerpo que allí vieron,los huesos se tornaronmás duros y crecieron,y en sí toda la carne convirtieron;las entrañas heladastornaron poco a poco en piedra dura:por las venas cuitadasla sangre su figuraiba desconociendo y su natura;hasta que finalmenteen duro mármol vuelta y transformada,hizo de sí la genteno tan maravillada,cuanto de aquella ingratitud vengada.No quieras tú, señora,de Némesis airada las saetasprobar, por Dios, agora;baste que tus perfetasobras y hermosura a los poetasden inmortal materia,sin que también en verso lamentablecelebren la miseriade algún caso notable,que por ti pase triste y miserable.
(VEGA, Garcilaso de la: Canción V, «A la flor de Gnido»)
No hay comentarios:
Publicar un comentario