martes, 30 de septiembre de 2014

Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828)[esp], _Epístola_ Epístola el filosofastro «A Claudio» (frag.)



Ayer Don Ermeguncio, aquel pedante

locuaz, declamador, a verme vino

en punto de las diez. Si de él te acuerdas,

sabrás que no tan solo es importuno,

presumido, embrollón, sino que a tantas

gracias añade la de ser goloso,

más que el perro de Filis. No te puedo

decir con cuántas indirectas frases,

tropos elegantes y floridos,

me pidió de almorzar. Cedí al encanto

de su elocuencia, y vieras conducida

del rústico gallego que me sirve,

ancha bandeja con tazón chinesco

rebosando de hirviente chocolate

(ración cumplida para tres prelados

benedictinos), y en cristal luciente

agua que serenó barro de Andújar,

tierno y sabroso pan, mucha abundancia

de leves tortas y bizcochos duros,

que toda absorben la poción süave

de Soconusco, y su dureza pierden.

No con tanto placer el lobo hambriento

mira la enferma res, que en solitario

bosque perdió el pastor; como el ayuno

huésped el don que le presento opimo.


Antes de comenzar el gran destrozo,

altos elogios hizo del fragante

aroma que la taza despedía,

del esponjoso pan, de los dorados

bollos, del plato, del mantel, del agua;

y empieza a devorar. Mas no presumas

que por eso calló; diserta y come,

engulle y grita, fatigando a un tiempo

estómago y pulmón. ¡Qué cosas dijo!

¡Cuánta doctrina acumuló, citando

vengan al caso o no, godos y etruscos!

Al fin, en ronca voz: ¡Oh, edad nefanda,

vicios abominables! ¡Oh, costumbres!

¡Oh, corrupción! Exclama; y de camino

dos tortas se tragó. ¡Que a tanto llegue

nuestra depravación, y un placer solo,

tantos afanes y dolor produzca

a la oprimida humanidad! Por este

sorbo llenamos de miseria y luto

la América infeliz, por él Europa,

la culta Europa, en el oriente usurpa

vastas regiones; porque puso en ellas

naturaleza el cinamomo ardiente;

y para que más grato el gusto adule

este licor, en duros eslabones

hace gemir al atezado pueblo,

que en África compró, simple y desnudo.

¡Oh! ¡Qué abominación! Dijo, y llorando

lágrimas de dolor, se echó de un golpe

cuanto en el hondo cangilón quedaba.


   Claudio, si tú no lloras, pues la risa

llanto causa también, de mármol eres;

que es mucha erudición, celo muy puro,

mucho prurito de censura estoica

el de mi huésped; y este celo, y esta

comezón docta, es general locura

del filosofador siglo presente.

Más difíciles somos y atrevidos

que nuestros padres, más innovadores,

pero mejores no. Mucha doctrina,

poca virtud. No hay picarón tramposo,

venal, entremetido, disoluto,

infame delator, amigo falso,

que ya no ejerza autoridad censoria

en la Puerta del Sol, y allí gobierne

los estados del mundo; las costumbres,

los ritos y las leyes mude y quite.


   Próculo, que se viste y calza y come

de calumniar y de mentir, publica

centones de moral. Nevio, que puso

pleito a su madre y la encerró por loca,

dice que ya la autoridad paterna

ni apoyos tiene ni vigor, y nace

la corrupción de aquí. Zenón, que trata

de no pagar a su pupila el dote,

habiéndola comido el patrimonio

que en su mano rapaz la ley le entrega,

dice que no hay justicia, y se conduele

de que la probidad es nombre vano.

Rufino, que vendió por precio infame

las gracias de su esposa, solicita

una insignia de honor. Camilo apunta

cien onzas, mil, a la mayor de espadas,

en ilustres garitos disipando

la sangre de sus pueblos infelices;

y habla de patriotismo... Claudio, todos

predican ya virtud, como el hambriento

don Ermeguncio cuando sorbe y llora...

Dichoso aquel, que la practica y calla.


                                                       (FERNÁNDEZ DE MORATÍN, Leandro: "A Claudio")

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