miércoles, 7 de octubre de 2015

Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999)[esp], Los gozos y las sombras, «En fin: la gran novedad es el café»(frag.)

En fin: la gran novedad es el café. Marcelino el Pirigallo tenía un café grande y destartalado al que no iba nadie. Murió su padre, heredó unos duros y lo reformó. Pero la gente seguía sin ir. Entonces tuvo una idea genial: mandó hacer un escenario, se compró un piano viejo y alquiló de pianista a uno que había salido del Seminario y que no tenía dónde caerse muerto. Las cupletistas que van de La Coruña a Vigo y las que van de Vigo a La Coruña se desvían en Santiago y pasan una semana en Pueblanueva. Las hay de todas clases, desde las que salen en cueros a las recatadas y  sentimentales. Una de éstas fue la que vino a la inauguración; el Pirigallo invitó a todo el mundo; la artista fue muy aplaudida, y al día siguiente, después de comer, el café estaba de bote en bote. Da tres sesiones; la de la tarde, para familias, y en ésta las artistas se portan comedidamente. Pero de noche sobre todo y cuando hay rumbas se descuelga en el café el mocerío de la localidad. Los curas predican en el púlpito contra el café cantante. La juventud Femenina de Acción Popular repartió octavillas dos domingos seguidos. Inútil. }á nos hemos acostumbrado, nadie protesta y muchas veces sucede que se suspende la partida de tresillo del casino y los jugadores se trasladan al café del Pirigallo a ver las piernas de las bailarinas. El café vale una setenta y cinco.




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