martes, 19 de noviembre de 2013

Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828)[esp], _El sí de las niñas_ (1805). Acto tercero, escena XIII. Final

                            ESCENA XIII

DIEGO, DOÑA IRENE, DOÑA DON CARLOS, DON FRANCISCA, RITA.

(Sale DON CARLOS del cuarto precipitadamente; coge de un brazo a DOÑA FRANCISCA, se la lleva hacia el fondo del teatro y se pone delante de ella para defenderla. DOÑA IRENE se asusta y se retira.)



DON CARLOS.- Eso no… Delante de mí nadie ha de ofenderla.

DÑA. FRANCISCA.- ¡Carlos!

DON CARLOS.-  (A DON DIEGO.) Disimule usted mi atrevimiento…He visto que la insultaban y no me he sabido contener.

DOÑA IRENE.- ¿Qué es lo que me sucede, Dios mío? ¿Quién es usted?... ¿Qué acciones son estas?... ¡Qué escándalo!

DON DIEGO.- Aquí no hay escándalos… Ese es de quien su hija de usted está enamorada… Separarlos y matarlos viene a ser lo mismo… Carlos… No importa… Abraza a tu mujer. (Se abrazan DON CARLOS  y DOÑA FRANCISCA, y después se arrodillan a los pies de DON DIEGO.)

DOÑA IRENE.- ¿Conque su sobrino de usted?...

DON DIEGO.- Sí, señora; mi sobrino, que con sus palmadas, y su música, y su papel me ha dado la noche más terrible que he tenido en mi vida… ¿Qué es esto, hijos míos, qué es esto?

DOÑA FRANCISCA.- ¿Conque usted nos perdona y nos hace felices?

DON DIEGO.- Sí, prendas de mi alma… Sí. (Los hace levantar con expresión de ternura.)

DOÑA IRENE.- ¿Y es posible que usted se determina a hacer un sacrificio?...

DON DIEGO.- Yo pude separarlos para siempre y gozar tranquilamente la posesión de esta niña amable, pero mi conciencia no lo sufre… ¡Carlos!... ¡Paquita!... ¡Qué dolorosa impresión me deja en el alma el esfuerzo que acabo de hacer!... Porque, al fin, soy un hombre miserable y débil.

DON CARLOS.- Si nuestro amor (Besándole las manos), si nuestro agradecimiento pueden bastar a consolar a usted en tanta pérdida…

DOÑA IRENE.- ¡Conque el bueno de Don Carlos! Vaya que…

DON DIEGO.- Él y su hija de usted estaban locos de amor, mientras que usted y las tías fundaban castillos en el aire, y me llenaban la cabeza de ilusiones, que han desaparecido como un sueño… Esto resulta un abuso de autoridad, de la opresión que la juventud padece; éstas son las seguridades que dan los padres y los tutores, y esto lo que se debe fiar en el sí de las niñas… Por una casualidad he sabido a tiempo el error en que estaba…

DOÑA IRENE.- En fin. Dios los haga buenos y que por muchos años se gocen… Venga usted acá, señor; venga usted, que quiero abrazarle. (Abrazando a DON CARLOS, DOÑA FRANCISCA  se arrodilla y besa las manos de su madre.) Hija, Francisquita. ¡Vaya! Buena elección has tenido… Cierto que es un mozo muy galán… Morenillo, pero tiene un mirar de ojos muy hechicero.

RITA.- Sí, dígaselo usted, que no lo ha reparado la niña… señorita, un millón de besos. (Se besan DOÑA FRANCISCA y RITA.)

DOÑA FRANCISCA.- Pero, ¿ves qué alegría tan grande?... ¡Y tú, cómo me quieres tanto!... Siempre, siempre serás mi amiga.

DON DIEGO.- Paquita, hermosa (Abraza a DOÑA FRANCISCA), recibe los primeros abrazos de tu nuevo padre… No temo ya la soledad terrible que amenazaba mi vejez… Vosotros (Asiendo de las manos a DOÑA FRANCISCA y a DON CARLOS) seréis las delicias de mi corazón; el primer fruto de vuestro amor… sí, hijos, aquél… no hay remedio, aquél es para mí. Y cuando le acaricie en mis brazos, podré decir: a mí me debe su existencia este niño inocente; si sus padres viven, si son felices, yo he sido la causa.

DON CARLOS.- ¡Bendita sea tanta bondad!

DON DIEGO.- Hijos, bendita sea la de Dios.

                                                                                                         (LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN; El sí de las niñas)


   

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