Yo
no diré, como mi hijo, que quiero ordenarme; ¡pero ello es que de algún tiempo
a esta parte siento en mí una necesidad tan viva de creer...! Este sentimiento,
júzgalo como quieras, me viene de ti, Abelarda (aquí una mirada amplia,
sostenida, tiernísima), de ti, y de la influencia que tu alma tiene sobre la
mía».
-Pues
cree, ¿quién te lo impide? -repuso la joven, que se sentía aquella tarde con
facilidades para hablar, y esperaba mayor claridad en él.
-Me
lo impiden las rutinas de mi pensamiento, las falsas ideas adquiridas en el
trato social, que forman una broza difícil de extirpar. Me convendría un
maestro angélico, un ser que me amase y que se interesara por mi salvación.
¿Pero dónde está ese ángel? Si existe, no es para mí. Soy muy desgraciado. Veo
el bien muy próximo y no me puedo acercar a él. Dichosa tú si no comprendes
esto.
Encontrábase
la señorita de Villaamil con fuerzas para tratar aquel asunto, porque la
religión se las diera hasta para confesar su secreto a quien no debía oírlo de
sus labios.
«Yo
quise creer y creí -dijo-. Yo busqué un alivio en Dios, y lo encontré. ¿Quieres
que te cuente cómo?».
Víctor,
que sentado junto a la mesa se oprimía la cabeza entre las manos, levantose de
pronto, diciendo con el tono y gesto de un consumado histrión:
«No
hables, me atormentarías sin consolarme. Soy un réprobo, un condenado...».
Estas
frases de relumbrón, espigadas sin criterio en diferentes libros, las traía muy
preparaditas para espetarlas en la primera ocasión. Apenas dichas, acordose de
que había quedado en juntarse en el café con varios amigos, y buscó la fórmula
para cortar la hebra que su cuñada había empezado a tender entre boca y boca.
«Abelarda, necesito alejarme, porque si estoy aquí un minuto más... yo me
conozco; te diré lo que no debo decirte... al menos todavía... dame tu permiso
para retirarme. Voy a dar vueltas por las calles, sin dirección fija, errante,
calenturiento, pensando en lo que no puede ser para mí... al menos todavía...».
Dio un suspiro y hasta otra... Dejó a la
insignificante confusa y con un palmo de morros, procurando desentrañar el
significado de aquel al menos todavía,
frase de risueños horizontes.
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