Varias
veces, en el errabundo curso de estos ensayos, he definido, a pesar de mi
horror a las definiciones, mi propia posición frente al problema que vengo
examinando, pero sé que no faltará nunca el lector, insatisfecho, educado en un
dogmatismo cualquiera, que se dirá: "Este hombre no se decide, vacila;
ahora parece afirmar una cosa, y luego la contraria: está lleno de
contradicciones; no le puedo encasillar; "¿qué es?". Pues eso, uno
que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de pelea, como de sí mismo
decía Job: uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza, y
que hace de esta lucha su vida. Más claro, ni el agua que sale de la nieve de
las cumbres.
Se me
dirá que ésta es una posición insostenible, que hace falta un cimiento en que
cimentar nuestra acción y nuestras
obras, que no cabe vivir en contradicciones, que la unidad y la claridad son
condiciones esenciales de la vida y del pensamiento, y que se hace preciso
unificar éste. Y seguimos siempre en lo mismo. Porque es la contradicción
íntima precisamente lo que unifica mi vida, le da razón práctica de ser.
O más
bien es el conflicto mismo, es la misma apasionada incertidumbre lo que unifica
mi acción y me hace vivir y obrar […]
Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida (1913)
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