martes, 4 de noviembre de 2014

Rubén Darío. Félix Rubén Darío Sarmiento (Metapa, Nicaragua, 1867-León, Nicaragua, 1916)[nic], _Prosas profanas_ (1896), «Era un aire suave...»

   

     Era un aire suave, de pausados giros; 
el hada Harmonía rimaba sus vuelos, 
e iban frases vagas y tenues suspiros 
entre los sollozos de los violoncelos.

     Sobre la terraza, junto a los ramajes, 
diríase un  trémolo de liras eolias 
cuando acariciaban los sedosos trajes, 
sobre el tallo erguidas, las blancas magnolias.

     La marquesa Eulalia risas y desvíos 
daba a un tiempo mismo para dos rivales: 
el vizconde rubio de los desafíos 
y el abate joven de los madrigales.

     Cerca, coronado con hojas de viña, 
reía en su máscara Término barbudo, 
y, como un efebo que fuese una niña, 
mostraba una Diana su mármol desnudo.

     Y bajo un boscaje del amor palestra, 
sobre el rico zócalo al modo de Jonia, 
con un candelabro prendido en la diestra 
volaba el mercurio de Juan de Bolonia.

     La orquesta parlaba sus mágicas notas; 
un coro de sones alados se oía; 
galantes pavanas, fugaces gavotas 
cantaban los dulces violines de Hungría.

     Al oír las quejas de sus caballeros, 
ríe, ríe, ríe la divina Eulalia, 
pues son un tesoro las flechas de Eros, 
el cinto de Cipria, la rueca de Onfalia.

      ¡Ay de quien sus mieles y frases recoja! 
¡Ay de quien del canto de su amor se fíe! 
Con sus ojos lindos y su boca roja, 
la divina Eulalia ríe, ríe, ríe.

     Tiene azules ojos, es maligna y bella; 
cuando mira, vierte viva luz extraña; 
se asoma a las húmedas pupilas de estrella 
el alma del rubio cristal de Champaña.

     Es noche de fiesta, y el baile de trajes 
ostenta su gloria de triunfos mundanos. 
La divina Eulalia, vestida de encajes, 
una flor destroza con sus tersas manos.

     El teclado armónico de su risa fina 
a la alegre música de un pájaro iguala. 
Con los staccati  de una bailarina 
y las locas fugas de una colegiala.

     ¡Amoroso pájaro que trinos exhala 
bajo el ala a veces ocultando el pico; 
que desdenes rudos lanza bajo el ala, 
bajo el ala aleve del leve abanico!

     Cuando a media noche sus notas arranque 
y en arpegios áureos gima Filomela, 
y el ebúrneo cisne, sobre el quieto estanque, 
como blanca góndola imprima su estela,

     la marquesa alegre llegará al boscaje, 
boscaje que cubre la amable glorieta 
donde han de estrecharla los brazos de un paje, 
que siendo su paje será su poeta.

     Al compás de un canto de artista de Italia 
que en la brisa errante la orquesta deslíe, 
junto a los rivales, la divina Eulalia 
la divina Eulalia ríe, ríe, ríe.

     ¿Fue acaso en el tiempo del rey Luis de Francia, 
sol con corte de astros, en campos de azur, 
cuando los alcázares llenó de fragancia 
la regia y pomposa rosa Pompadour?

     ¿Fue cuando la bella su falda cogía 
con dedos de ninfas, bailando el minué, 
y de los compases el ritmo seguía 
sobre el tacón rojo, lindo y leve pie?

     ¿O cuando pastoras de floridos valles
ornaban con cintas sus albos corderos, 
y oían, divinas Tirsis de Versalles, 
las declaraciones de sus caballeros?

     ¿Fue en ese buen tiempo de duques pastores, 
de amantes princesas y tiernos galanes, 
cuando entre sonrisas y perlas y flores 
iban las casacas de los chambelanes?

     ¿Fue acaso en el Norte o en el Mediodía? 
Yo el tiempo y el día y el país ignoro; 
pero sé que Eulalia ríe todavía, 
¡y es cruel y eterna su risa de oro!


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