miércoles, 5 de noviembre de 2014

Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936)[esp], _En torno al casticismo_ (1895), «La casta histórica castellana, III»: (frag.) «¡Ancha es Castilla! […] estas llanuras»

¡Ancha es Castilla! ¡Y qué hermosa la tristeza reposada se ese mar petrificado y lleno de cielo! Es un paisaje uniforme y monótono en sus contrastes de luz y sombra, en sus tintas disociadas y pobres de matices. La tierra se presenta como en inmensa plancha de mosaico de pobrísima variedad, sobre la que se extiende el azul intensísimo del cielo. Faltan suaves transiciones, ni hay otra continuidad armónica que la de la llanura inmensa y el azul compacto que la cubre e ilumina.
No despierta este paisaje sentimientos voluptuosos de alegría de vivir, sugiere sensaciones de comodidad y holgura concupiscibles: no es un campo verde y graso en que den ganas de revolcarse, ni hay repliegues de tierra llamen como un nido. No evoca su contemplación al animal que duerme en nosotros todos, y que medio despierto de su modorra se regodea en el deseo de satisfacciones de apetitos amasados con su carne desde los albores de su vida, a la presencia de frondosos campos de vegetación opulenta. No es una naturaleza que recree al espíritu.
Nos desase más bien del pobre suelo, envolviéndonos en el cielo puro, desnudo y uniforme. No hay aquí comunión con la naturaleza, ni nos absorbe ésta en sus espléndidas exuberancias; es, si cabe decirlo, más que panteístico, un paisaje monoteístico este campo infinito en que, sin perderse, se achica el hombre, y en que siente en medio de la sequía de los campos sequedades del alma [...].
Siempre que contemplo la llanura castellana recuerdo dos cuadros. Es el uno un campo escueto, seco y caliente, bajo un cielo intenso, en que llena largo espacio inmensa muchedumbre de moros arrodillados, con las espingardas en el suelo, hundidas las cabezas entre las manos apoyadas en tierra, y al frente de ellos, de pie, un caudillo tostado, con los brazos tensos al azul infinito y la vista perdida en él como diciendo: « ¡Sólo Dios es Dios!» En el otro cuadro se presentaban en el inmenso páramo muerto, a la luz derretida del crepúsculo, un cardo quebrando la imponente monotonía en el primer término, y en lontananza las siluetas de Don Quijote y Sancho sobre el cielo agonizante.
«Sólo Dios es Dios, la vida es sueño y que el sol no se ponga en mis dominios», se recuerda contemplando estas llanuras.

Miguel de Unamuno. En torno al casticismo


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