¿Qué tienes que contar, Reloj molesto,en un soplo de vida desdichada,que se pasa tan presto?¿en un camino que es una jornadabreve y estrecha, de éste al otro Polo,siendo jornada que es un paso sólo?Que si son mis trabajos y mis penas,no alcanzarás allá, si capaz vasofueses de las arenasen donde el alto mar detiene el paso.Deja pasar las horas sin sentirlas,que no quiero medirlas,ni que me notifiques de esta suertelos términos forzosos de la muerte.No me hagas más guerra:déjame, y nombre de piadoso cobra,que harto tiempo me sobrapara dormir debajo de la tierra.Pero si acaso por oficio tienesel contarme la vida,presto descansarás, que los cuidadosmal acondicionadosque alimenta llorosoel corazón cuitado y lastimoso,y la llama atrevidaque Amor, ¡triste de mí!, arde en mis venas(menos de sangre que de fuego llenas),no sólo me apresurala muerte, pero abréviame el camino,pues con pie doloroso,mísero peregrino,doy cercos a la negra sepultura.Bien sé que soy aliento fugitivo;ya sé, ya temo, ya también esperoque he de ser polvo, como tú, si muero;y que soy vidrio, como tú, si vivo.
Un lugar común de los estudiantes de Literatura española donde publicamos una antología de textos seleccionados por nosotros mismos con el fin de aprender a conocernos mejor a través de las ideas y sentimientos de los más variados personajes que pueblan nuestro universo literario.
lunes, 2 de marzo de 2015
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)[esp], «¿Qué tienes que contar, reloj molesto…»
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