El carïado, lívido esqueleto,
los fríos, largos y asquerosos brazos,
le enreda en tanto en apretados brazos,
y ávido le acaricia en su ansiedad:
y con su boca cavernosa busca
la boca a Montemar, y a su mejilla
la árida, descarnada y amarilla
junta y refriega repugnante faz […].
Jamás vencido el ánimo,
su cuerpo ya rendido,
sintió desfallecido
faltarle, Montemar,
y a par que más su espíritu
desmiente su miseria
la flaca, vil materia
comienza a desmayar.
Y siente un confuso,
loco devaneo,
languidez, mareo
y angustioso afán:
y sombras y luces,
la estancia que gira,
y espíritus mira
que vienen y van.
Y luego a lo lejos,
flébil a su oído,
eco dolorido
lánguido sonó,
cual la melodía
que el aura amorosa,
y el aura armoniosa
de noche formó.
Y siente luego
su pecho ahogado,
y desmayado,
turbios sus ojos,
sus graves párpados,
flojos caer:
la frente inclina
sobre su pecho,
y a su despecho,
siente sus brazos
lánguidos, débiles
desfallecer.
Y vio luego
una llama
que se inflama
y murió,
y perdido,
oyó el eco
de un gemido
que expiró.
Tal, dulce
suspira
la lira
que hirió
en blando
concierto
del viento
la voz,
leve,breve,son.
ESPRONCEDA, José de: El estudiante de
Salamanca
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