¡Ay, Dios,
cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza!
¡Ay, qué
talle, qué donaire, qué alto cuello de garza!
¡Qué cabellos,
qué boquita, qué color, qué buenandanza!
Con saetas de
amor hiere cuando los sus ojos alza.
Pero tal lugar
no era para conversar de amores;
acometiéronme
luego muchos miedos y temblores,
los mis pies y
las mis manos no eran de sí señores,
perdí seso,
perdí fuerza, mudáronse mis colores.
Unas palabras
tenía pensadas para decir,
la vergüenza
ante la gente otras me hace proferir;
apenas era yo
mismo, sin saber por dónde ir;
mis dichos y
mis ideas no conseguían seguir.
Hablar con
mujer en plaza es cosa muy descubierta
y, a veces,
mal perro atado está tras la puerta abierta;
es bueno
disimular, echar alguna cubierta,
pues sólo en
lugar seguro se puede hablar cosa cierta.
(ARCIPRESTE
DE HITA, Juan Ruiz: Libro del buen amor, “Don Melón y doña Endrina’’)
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