Isidora Rufete, ¿conoces tú el equilibrio de sentimientos, el ritmo suave de un vivir templado, deslizándose entre las realidades comunes de la vida, las ocupaciones y los intereses? ¿Conoces ese ritmo, que es como el pulso del hombre sano? No; tu espíritu está siempre en estado de fiebre. Las exaltaciones fuertes no cesan en ti sino resolviéndose en depresiones terribles, y tu alegría loca no cede sino ahogándose en tristezas amargas. ¿Persistes en creerte de la estirpe Aransis? Sí; antes perderás la vida que la convicción de tu derecho. Bien; sea. Pero deja al tiempo y a los tribunales que resuelvan esto, y no te atormentes, construyendo en tu espíritu una segunda vida ilusoria y fantástica. Ten paciencia, no te anticipes a la realidad; no te trabajes interiormente; no saborees con falsificada sensibilidad goces de que están privados tus sentidos. Miquis lo ha dicho, bien lo sabes, que eso es un vicio, un puro vicio, como tantos otros hábitos repugnantes, como la embriaguez o el juego, y de ese vicio nace una verdadera enfermedad. El pensamiento se pone malo, como las muelas y el pulmón, ¡y ay de ti si llegas a un estado morboso que te impida disfrutar luego de la realidad lo que ahora quieres gozar, en sueños, contraviniendo a las leyes del tiempo y del sentido común! […] Isidora de Aransis…, pues según tú, no hay más remedio que darte este nombre… Isidora de Aransis, mírate bien en ese espejo social que se llama opinión, y considera si con tu actual trazo puedes presentarte a reclamar el nombre y la fortuna de una familia ilustre. Tonta, ¿has creído alguna vez en la promesa de que Joaquín se casará contigo? Advierte que siempre te dice eso cuando está mal de fondos y quiere que le ayudes a salir de sus apuros… Casada o no con él, esperas rehabilitarte; dices que el mundo olvida. No te fíes, no te fíes, pues tal puede ser la ignominia, que al mundo se le acabe la indulgencia. Se dan casos de éstos. Hay otro desorden, Isidorita, que te hace muy desgraciada, y que te llevará muy lejos. Me refiero a las irregularidades de tu peculio. Unas veces tienes mucho; otras, nada. […] ¿qué has hecho de los dos mil duros que a ti y a tu hermano os dejó don Santiago Quijano? Ya los has gastado en el pleito, vestidos, en la educación de Mariano, y…, confiésalo, que si es un misterio para todo el mundo, no lo es para quien te habla en este momento… No lo ocultes, pues no hay para qué. Más de la mitad de aquel dinero te lo ha distraído Joaquín Pez.Voz de la conciencia de Isidora o interrogatorio indiscreto del autor, lo escrito vale.
(PÉREZ GALDÓS, Benito: La desheredada)
a
ResponderEliminar