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Muy mal debe de andar la máquina, cuando a mitad de la calle de Alcalá ya estoy rendido. Y no he hecho más que dar la vuelta al estanque. ¡Demonio de neurosis o lo que sea! Yo, que después de darle la vuelta a la Serpentine me iba del tirón a Cromwell road… friolera; como diez veces el paseo de hoy… yo que llegaba a mi casa dispuesto a andar otro tanto, ahora me siento fatigado a la mitad de esta condenada calle de Alcalá… ¡Tal vez consista en estos endiablados pisos, en este repecho insoportable!... Ésta es la capital de las setecientas colinas. ¡Ah! Ya están regando esos brutos, y tengo que pasarme a la otra acera para que no me atice una ducha este salvaje con su manga de riego. “Eso es, bestias, encharcad bien para que haya fango y paludismo…” Pues por aquí los barrenderos me echan una nube de polvo… “Animales, respetad a la gente…” Prefiero las duchas… En fin, que este salvajismo es lo que me tiene a mí enfermo. No se puede vivir aquí…Pues digo; otro pobre. No se puede dar un paso sin que le acosen a uno estas hordas de mendigos. ¡Y algunos son tan insolentes!... “Toma, toma tú también”. Como me olvide algún día de traer un bolsillo lleno de cobre, me divierto. ¡Aquí no hay policía, ni beneficencia, ni formas, ni civilización!... Gracias a Dios que he subido el repecho. Parece la subida al Calvario, y con esta cruz que llevo a cuestas, más… ¡Qué hermosos nardos vende esta mujer! Le compraré uno… “Deme usted un nardo. Una vereda sola… Vaya, deme usted tres varitas. ¿Cuánto? Tome usted… Abur”. Me ha robado. Aquí todos roban… Debo de parecer un San José; pero no importa… “Yo no juego a la lotería; déjeme usted en paz”. ¿Qué me importará a mí que sea mañana último día de billetes ni que el número sea bonito o feo…? Se me ocurre comprar un billete, y dárselo a Guillermina. De seguro que le toca. ¡Es la mujer de más suerte!... “Venga ese décimo, niña… Sí, es bonito número. ¿Y tú por qué andas tan sucia?” ¡Qué pueblo, válgame Dios, qué raza! Lo que yo le decía anteayer a D. Alfonso: “Desengáñese Vuestra Majestad, han de pasar siglos antes de que esta nación sea presentable. A no ser que venga el cruzamiento con alguna costa del Norte, trayendo aquí madres sajonas”. Ya poco me falta. Francamente, es cosa de tomar un coche; pero no, aguántate, que pronto llegarás… Un entierro por la Puerta del Sol. No, lo que es aquí no me he de morir yo, para que no me lleven en esas horribles carrozas… Dan las doce. Allá están los cesantes mirando caer la bola… Buena bola os daría yo. Ahí viene Casa-Muñoz. ¿Pero qué veo? ¿Es él? Ya no se tiñe. Ha comprendido que es absurdo llevar el pelo blanco y las patillas negras. No me mira, no quiere que le salude. Realmente es muy ridícula la situación de un hombre que se tiñe, el día en que se decide a renunciar a la pintura, porque la edad lo exige o porque se convence de que nadie cree en el engaño… Allí va en un coche la duquesa de Gravelinas… No me ha visto… “Abur, Feijoo”… ¡Qué bajón ha dado ese hombre!... Vamos, ya entro por mi calle de Correos. Si habrá venido a almorzar mi primo… Lo que es hoy me tiene que hacer un reconocimiento en toda regla, porque este corazón parece un fuelle roto. ¿Será eso un fenómeno puramente moral? Puede ser. Ya veo yo el remedio… ¡Pero qué verdes están las uvas, qué verdes! Los balcones tan tristes como siempre. ¡Ah!... sale al mirado Barbarita para hablar con la rata eclesiástica… “Adiós, adiós… vengo de dar mi paseíto… Estoy muy bien, hoy o me he cansado nada”… ¡Qué mentira tan grande he dicho! Me canso como nunca, Ahora, escalera de mi casa, sé benévola conmigo. Subamos… ¡Ay, qué corazón, maldito fuelle! Despacito, tiempo hay de llegar arriba. Si no llego hoy, llegaré mañana. Seis escalones a la espalda. ¡Dios mío, lo que falta todavía! […]
(PÉREZ GALDÓS, Benito: Fortunata y Jacinta)
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