Salieron, pues, de Valencia, bien aguijón a
espolón.
Los caballeros de combate, fuertes, corredores son;
ganóselos don Rodrigo, no se los dio nadie, no.
Camino van del lugar que con el Rey acordó.
Al Cid el Rey don Alfonso un día se adelantó.
Cuando vieron que venía el buen Cid Campeador,
a recibirlo salieron haciéndole un gran honor.
No bien que al Rey hubo visto el que en buena hora nació,
a todos sus caballeros que alto hiciesen les mandó,
sino a aquellos escogidos que quiere de corazón.
Él ha elegido unos quince; con ellos pie a tierra echó.
Según lo había pensado el que en buena hora nació,
de manos y de rodillas sobre la tierra se hincó.
Allí las hierbas del campo con los dientes las mordió;
llorando estaban sus ojos, tal fue el gozo que sintió.
Así sabe someterse ante Alfonso, su señor.
Fue de esta misma manera que a los pies del Rey cayó
—En pie, levantaos, Cid, en pie, Cid Campeador.
Quiero me beséis las manos; no me beséis los pies, no.
Y si esto no hacéis ahora, no volveréis a mi amor.
Las rodillas en el suelo estaba el Campeador:
—A vos, señor natural, a vos os pido favor.
Estando yo de rodillas, así dadme vuestro amor,
que lo puedan oír todos lo que aquí me digáis vos.
Dijo el Rey: —Esto yo haré con mi alma y mi corazón.
Aquí a vos yo os perdono y a vos otorgo mi amor.
Podéis volver a mi reino; parte de él sois desde hoy.
(ANÓNIMO: Cantar de Mio Cid)
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