En
la orilla contraria de donde Marcelo y sus compañeros estaban, en un árbol que
en ella había, estuvo asentada una avecilla de plumas y figura particular, casi
todo el tiempo que Juliano decía, como oyéndole, y,a veces, como respondiéndole
con su canto. Y esto, con tanta suavidad y armonía, que Marcelo y los demás
habían puesto en ella los ojos y los oídos. Pues al punto que Juliano acabó,
sintieron ruido hacia aquella parte, y, volviéndose, vieron que lo hacían dos
grandes cuervos que, revolando sobre el ave que he dicho, y cercándola al
derredor, procuraban hacerle daño con las uñas y con los picos.
Ella,
al principio, se defendía con las ramas del árbol, encubriéndose entre las más
espesas. Mas, creciendo la porfía, y apretándola siempre más a doquiera que
iba, forzada, se dejó caer en el agua, gritando y como pidiendo favor. Los
cuervos acudieron también al agua, y volando sobre la haz del río, la
perseguían malamente, hasta que, al fin, el ave se sumió toda en el agua, sin
dejar rastro de sí. Aquí Sabino alzó la voz, y, con un grito, dijo:
-¡Oh,
la pobre, cómo se nos ahogó!
Y
así lo creyeron sus compañeros, de que mucho se lastimaron. Los enemigos, como
victoriosos, se fueron alegres luego.
Mas
como había pasado un espacio de tiempo, y Juliano con alguna risa consolase a
Sabino, que maldecía los cuervos, y no podía perder la lástima de su pájara,
que así la llamaba, de improviso, a la parte adonde Marcelo estaba, y casi
junto a los pies, la vieron sacar del agua la cabeza, y luego salir del arroyo,
toda fatigada y mojada.
Como
salió, se puso sobre una rama baja que estaba allí junto, adonde extendió sus
alas, y las sacudió del agua. Y después, batiéndolas con presteza, comenzó a
levantarse por el aire cantando con una dulzura nueva. Al canto, como llamadas,
otras muchas aves de su linaje acudieron a ella de diferentes partes del soto.
Cercábanla, y, como dándole el parabién, le volaban al derredor. Y luego,
juntas todas, y como en señal de triunfo, rodearon tres o cuatro veces el aire
con vueltas alegres. Después, se levantaron en alto poco a poco, hasta que se
perdieron de vista.
Fue
grandísimo el regocijo y alegría que de este suceso recibió Sabino. Mas,
mirando en este punto a Marcelo, le vio demudado en el rostro y turbado algo y
metido en gran pensamiento, de que mucho se maravilló. Y queriéndole preguntar
qué sentía, viole que, levantando al cielo los ojos, como entre los dientes y
con un suspiro disimulado, dijo:
-Al
fin, Jesús es Jesús.
Y que luego, sin dar lugar a que ninguno le preguntase más, se volvió a él y le dijo:
-Atended, pues, Sabino, a lo que pedisteis.
(LUIS DE LEÓN, Fray:
De los nombres de Cristo)
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