Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo
tierra,
quiero saber por qué ahora eres un
agua,
esas orillas frescas donde unos pies
desnudos se bañan con espuma.
Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva sólo un pájaro
o mano.
Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles
pájaros,
esa canción total que por encima de los
ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.
Oh, tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo
duerme,
cantas color de piedra, color de beso o
labio,
cantas como si el nácar durmiera o
respirara.
Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde sólo boga el
silencio,
esos dientes que son de marfil
resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no
verdes...
¡Oh tú, cielo riente que pasas como nube;
oh pájaro feliz que sobre un hombro
ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas
con la luna,
césped blando que pisan unos pies
adorados!
(ALEIXANDRE Vicente:
La destrucción o el amor “Canción
a una muchacha muerta”)
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