Las estatuas sufren por
los ojos de la oscuridad
de los ataúdes,
pero sufren mucho más por el agua que no desemboca.
Que no desemboca.
El pueblo corría por
las almenas rompiendo las cañas
de los pescadores.
¡Pronto! ¡Los bordes! ¡De prisa! Y croaban las estrellas
tiernas.
...que no desemboca.
Tranquila en mi
recuerdo, astro, círculo, meta,
lloras por las orillas de un ojo de caballo.
...que no desemboca.
Pero nadie en lo oscuro
podrá darte distancias,
sin afilado límite, porvenir de diamante.
...que no desemboca.
Mientras la gente busca
silencios de almohada
tú lates para siempre definida en tu anillo.
...que no desemboca.
Eterna en los finales
de unas ondas que aceptan
combate de raíces y soledad prevista.
...que no desemboca.
¡Ya vienen por las
rampas! ¡Levántate del agua!
¡Cada punto de luz te dará una cadena!
...que no desemboca.
Pero el pozo te alarga
manecitas de musgo,
insospechada ondina de su casta ignorancia.
...que no desemboca.
No, que no desemboca.
Agua fija en un punto,
respirando con todos sus violines sin cuerdas
en la escala de las heridas y los edificios deshabitados.
¡Agua que no desemboca!
(GARCÍA LORCA, Federico:
Poeta en Nueva York (1940), «Niña ahogada en el pozo»)
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