domingo, 2 de febrero de 2014

Alejandro Casona. Alejandro Rodríguez Álvarez (Besullo, Asturias, 1903-Madrid, 1965)[esp], Flor de leyendas. Lectura literaria para niños (1933)



Las crónicas de los antiguos reyes de Persia, que habían extendido su imperio por toda la India y más allá del Ganges, cuentan que hubo en otro tiempo un sultán de aquella poderosa dinastía, llamado Schariar, amado por su sabiduría y por su prudencia, y temido por su valor y el poder de sus ejércitos.

Su pueblo le quería ciegamente, y su reinado fue largos años feliz. Hasta que un día, enloquecido por la traición de su esposa, y creyendo en su furor que todas las mujeres eran lo mismo, concibió realizar una terrible venganza contra todas las doncellas de su reino. Llamó a su gran visir y le dio orden de decapitar a la sultana y a todas sus sirvientes. Y a partir de entonces, cada noche se casaba con una nueva esposa, a la que mandaba degollar al día siguiente. [...]

El rumor de esta bárbara venganza causó una consternación general en toda la ciudad, en la que no se oían más que gritos y lamentos. Y todo eran maldiciones y sangre en el reino que hasta entonces había sido el más feliz de la tierra.

El buen visir tenía gran congoja y espanto ante las órdenes crueles que se veía obligado a acatar ciegamente todos los días. Y sus ojos derramaban lágrimas todas las mañanas al serle entregada la nueva víctima.

Tenía el visir dos hijas, la mayor llamada Sherazada, y la menor, Dinarzada. Una y otra eran extremadamente hermosas; pero Sherazada unía a su extraordinaria belleza una gran sabiduría y una profunda virtud. Nadie como ella supo jamás el arte de contar hermosos cuentos, de los que guardaba millares en su memoria; fábulas, encantamientos y maravillas, historias antiguas de reyes y princesas, adivinanzas, cuentos de genios y dragones, de aventuras, de batallas y de amor: Oyéndola, nadie sentía el paso de las horas, y el alma se quedaba extasiada ante sus cuentos, como un peregrino hambriento ante un jardín de frutas maravillosas.

Y esta habilidad de Sherazada vino a salvar milagrosamente el reino de Schariar y la vida de millares de doncellas. Porque un día la hija del visir concibió el atrevido proyecto de ofrecerse por esposa al vengativo sultán. Ni el llanto de su padre, ni el terror de su hermana, ni el miedo al peligro cierto la pudieron disuadir. Puesta de acuerdo con su hermana, pasó la noche en el aposento del sultán; por la mañana, una hora antes de amanecer, Dinarzada vino a despertarla y le suplicó que, por ser el último día de su vida, le contara antes de morir alguno de aquellos hermosos cuentos que sabía, si el sultán se dignaba autorizarlo. Schariar accedió a oírlo, y cuando el cuento estaba a su mitad, amaneció. Era la hora en que el sultán debía levantarse y acudir a la oración del alba; pero  tan interesado estaba en oír el final del cuento, que decidió perdonar por un día la vida de Sherazada para oírlo a la noche siguiente. Y cada mañana, Sherazada comenzaba un nuevo cuento, y Schadiar volvía a perdonarle la vida para oír al terminación al otro día.

 Así, el príncipe oyó los cuentos de Sherazada por espacio de mil y una noches. Hasta que olvidada su venganza, y enamorado tiernamente de la hija del visir, perdonó por ella a todas las mujeres, la hizo reina de su corazón y volvió a ser a su lado un príncipe justo y benévolo, amado de su pueblo.
(CASONA, Alejandro: Flor de leyendas)

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