DON ALFONSO.- De aquí no hemos
de pasar.
DON ÁLVARO.- No, que tras
de estos tapiales,
bien sin ser vistos, podemos
terminar nuestro combate.
Y aunque en hollar este sitio
cometo un crimen muy grande,
hoy es de crímenes día,
y todos han de apurarse.
De uno de los dos la tumba
se está abriendo en este instante.
DON ALFONSO.- Pues no
perdamos más tiempo,
y que las espadas hablen.
DON ÁLVARO.- Vamos: mas
antes es fuerza
que un gran secreto os declare,
pues que de uno de nosotros
es la muerte irrevocable:
y si yo caigo es forzoso
que sepáis en este trance
a quién habéis dado muerte,
que puede ser importante.
DON ALFONSO.- Vuestro
secreto no ignoro.
Y era el mejor de mis planes
(para la sed de venganza
saciar que en mis venas arde)
después de heriros de muerte
daros noticias tan grandes,
tan impensadas y alegres,
de tan feliz desenlace,
que al despecho de saberlas,
de la tumba en los umbrales,
cuando no hubiese remedio,
cuando todo fuera en balde,
el fin espantoso os diera,
digno de vuestras maldades.
DON ÁLVARO.- Hombre,
fantasma o demonio,
que ha tomado humana carne
para hundirme en los infiernos,
para perderme... ¿qué sabes?...
DON ALFONSO.- Corrí el
nuevo mundo... ¿tiemblas?
vengo de Lima... esto baste.
DON ÁLVARO.- No basta, que
es imposible
que saber quién soy lograses.
DON ALFONSO.- De aquel
virrey fementido
que (pensando aprovecharse
de los trastornos y guerras,
de los disturbios y males
que la sucesión al trono
trajo a España) formó planes
de tomar su virreinato
en imperio, y coronarse,
casando con la heredera
última de aquel linaje
de los Incas (que en lo antiguo,
del mar del Sur a los Andes
fueron los emperadores)
eres hijo. -De tu padre,
las traiciones descubiertas,
aún a tiempo de evitarse,
con su esposa, en cuyo seno
eras tú ya peso grave,
huyó a los montes, alzando
entre los indios salvajes
de traición y rebeldía
al sacrílego estandarte.
No los ayudó la fortuna,
pues los condujo a la cárcel
de Lima, do tú naciste...
(Hace extremos de indignación y sorpresa DON ÁLVARO.)
Oye espera hasta que acabe.
El triunfo del rey Felipe
y su clemencia notable,
suspendieron la cuchilla
que ya amagaba a tus padres;
y en una prisión perpetua
convirtió el suplicio infame.
Tú entre los indios creciste,
como fiera te educaste,
y viniste ya mancebo
con oro y con favor grande,
a buscar completo indulto
para tus traidores padres.
Mas no, que viniste sólo
para asesinar cobarde,
para seducir inicuo,
y para que yo te mate.
DON ÁLVARO.- Vamos a
probarlo al punto. (Despechado).
DON ALFONSO.- Ahora tienes
que escucharme.
Que has de apurar, vive el cielo,
hasta las heces el cáliz.
Y si, por ser mi destino,
consiguieses el matarme,
quiero allá en tu aleve pecho
todo un infierno dejarte.
El rey benéfico acaba
de perdonar a tus padres.
Ya están libres y repuestos
en honras y dignidades.
La gracia alcanzó tu tío,
que goza favor notable,
y andan todos tus parientes
afanados por buscarte
para que tenga heredero...
DON ÁLVARO.- (Muy turbado y fuera de sí.)
Ya me habéis dicho bastante...
No sé dónde estoy, ¡o cielos!...
Si es cierto, si son verdades
las noticias que dijisteis...
(Enternecido y confuso.)
¡Todo puede repararse!
Si Leonor existe, todo:
¿veis lo ilustre de mi sangre?
¿Veis...
DON ALFONSO.- Con sumo
gozo veo
que estáis ciego y delirante.
¿Qué es reparación?... Del mundo
amor, gloria, dignidades
no son para vos... Los votos
religiosos e inmutables
que os ligan a este desierto,
esa capucha, ese traje,
capucha y traje que encubren
a un desertor, que al infame
suplicio escapó en Italia,
de todo incapaz os hacen.
Oye cual truena indignado (Truena.)
contra ti el cielo... Esta tarde
completísimo es mi triunfo.
Un sol hermoso y radiante
te he descubierto, y de un soplo
luego he sabido apagarle.
DON ÁLVARO.- (Volviendo al furor).
¿Eres monstruo del infierno,
prodigio de atrocidades?
DON ALFONSO.- Soy un
hombre rencoroso
que tomar venganza sabe.
Y porque sea más completa,
te digo que no te jactes
de noble... eres un mestizo
fruto de traiciones.
DON ÁLVARO.- (En el extremo de la desesperación.) Baste.
¡Muerte y exterminio! ¡Muerte
para los dos! Yo matarme
sabré, en teniendo el consuelo
de beber tu inicua sangre.
(Toma la espada, combaten y cae herido DON ALFONSO.)
DON ALFONSO.- Ya lo
conseguiste... ¡Dios mío! ¡Confesión! Soy cristiano... Perdonadme... Salva mi
alma...
DON ÁLVARO.- (Suelta la espada y queda como petrificado.) ¡Cielos!... ¡Dios
mío!... ¡Santa Madre de los Ángeles!... ¡Mis manos tintas en sangre... en
sangre de Vargas!...
DON ALFONSO.- ¡Confesión!
¡Confesión!... Conozco mi crimen y me arrepiento... Salvad mi alma, vos que
sois ministro del Señor...
DON ÁLVARO.- (Aterrado.) ¡No, yo no soy más que un réprobo, presa infeliz
del demonio! Mis palabras sacrílegas aumentarían vuestra condenación. Estoy
manchado de sangre, estoy irregular... Pedid a Dios misericordia... Y... esperad...
cerca vive un santo penitente... podrá absolveros... Pero está prohibido
acercarse a su mansión... ¿Qué importa?: yo que he roto todos los vínculos, que
he hollado todas las obligaciones...
DON ALFONSO.- ¡Ah! por
caridad, por caridad...
DON ÁLVARO.- Sí; voy a
llamarlo... al punto...
DON ALFONSO.- Apresuraos,
Padre... ¡Dios mío! (DON ÁLVARO corre a la
ermita y golpea la puerta).
(Duque de Rivas: Don
Álvaro o la Fuerza
del sino. Escena IX)
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