martes, 4 de febrero de 2014

Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)[esp], _El Buscón_ (Descripción del dómine Cabra) «Él era un clérigo cerbatana […] de san Lázaro




Él era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tienda de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas bubas de resfriado, que aun no fueron vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaban a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagabundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a buscar de comer forzada por la necesidad; los abrazos secos, las manos como manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas flacas; si se descomponía algo le sonaban los huesos como tablillas de san Lázaro.

(Francisco de Quevedo: El Buscón, ]frag.])

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