La
cebolla es escarcha
cerrada
y pobre.
Escarcha
de tus días
y de
mis noches.
Hambre
y cebolla,
hielo
negro y escarcha
grande
y redonda.
En la
cuna del hambre
mi
niño estaba.
Con
sangre de cebolla
se
amamantaba.
Pero
tu sangre,
escarchada
de azúcar
cebolla
y hambre.
Una
mujer morena
resuelta
en lunas
se
derrama hilo a hilo
sobre
la cuna.
Ríete
niño
que
te traigo la luna
cuando
es preciso.
Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en alma, al oírte,
bata despacio.
Tu
risa me hace libre,
me
pone alas.
Soledades
me quita,
cárcel
me arranca.
Boca
que vuela,
corazón
que en tus labios
relampaguea.
Es tu
risa la espada
más
victoriosa,
vencedor
de las flores
y las
alondras.
Rival
del sol.
Porvenir
de mis huesos
y de
mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté
de ser niño:
nunca
despiertes.
Triste
llevo la boca.
Ríete
siempre.
Siempre
en la cuna
defendiendo
la risa
pluma
por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al
octavo mes ríes
con
cinco azahares.
Con
cinco diminutas
ferocidades.
Con
cinco dientes
como
cinco jazmines
adolescentes.
Frontera
de los besos
serán
mañana,
cuando
en la dentadura
sientas
un arma.
Sientas
un fuego
correr
dientes abajo
buscando
el centro.
Vuela
niño en la doble
luna
del pecho:
él,
triste de cebolla,
tú
satisfecho.
No te
derrumbes.
No
sepas lo que pasa
ni lo
que ocurre.
(HERNÁNDEZ,
Miguel: "Nanas de la
cebolla")
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