Yo, con esto, me comencé a afligir; y más me asusté cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes, estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentose el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo güérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo –"Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijieren; todo lo demás en vicio y gula."Acabando de decirlo, echose su escudilla a pechos diciendo: “Todo eso es salud, y otro tanto ingenio.” ¡Mal ingenio te acabe!, decía yo entre mí, cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía que la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro en viéndole: “¿Nabo hay? no hay perdiz para mí que se le iguale. Coman, que me huelgo de verlos comer.”Repartió a cada uno tan poco carnero, que, entre lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y decía: -”Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas.” ¡Mire v.m. qué aliño para los que bostezan de hambre!Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa, y, en el plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo el pupilero: -”Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo.” ¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado- decía yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas! Echó la bendición, y dijo: -” Ea, demos lugar a los criados, y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido.” Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojose mucho y díjome que aprendiese modestia, y tres o cuatro sentencias viejas, y fuese.Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboqueme de tres mendrugos los dos, y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruñir; al ruido entró Cabra, diciendo; -”Coman como hermanos, pues Dios les da con qué. No riñan, que para todos hay.” Volviose al sol y dejonos solos.
(Quevedo, Francisco de: El Buscón [frag.] «Yo, con esto, me comencé a afligir...])
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