Hablaba otra vez el
conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo:
-Patronio, algunos
hombres de alta condición, y otros que no lo son tanto, me hacen a veces enojos
y daños en mi hacienda y en mis gentes, y cuando están ante mí, dan a entender
que les pesa mucho porque lo tuvieron que haces, y que no lo hicieron sino con
gran necesidad, con mucha pena y sin poder evitarlo. Porque querría saber lo
que debo hacer cuando tales cosas me hicieren, os ruego que me digáis lo que
pensáis de ello.
-Señor conde Lucanor -
dijo Patronio-, esto que me decís que os sucede, sobre lo que me pedís consejo,
parece mucho a lo que aconteció a un hombre que cazaba perdices.
El conde le rogó que le
dijese cómo fuera aquello.
-Señor conde- dijo
Patronio-, un hombre preparó sus redes a las perdices; y cuando las
perdices estuvieron caídas en la red, aquel que las cazaba llegó a la red
en la que yacían las perdices y, conforme las iba cogiendo, las mataba y las
sacaba de la red. Matando las perdices, le daba el viento en los ojos tan recio
que le hacía llorar. Una de las perdices que estaba viva en la red comenzó a decir
a las otras:
-Ved, amigas, lo que
hace este hombre; aunque nos mata, tiene gran pena de nosotras, y por eso está
llorando.
Otra perdiz que estaba
allí, más sabia que ella y que con su sabiduría se guardaba de caer en la red,
le respondió así:
-Amiga, mucho agradezco
a Dios porque me guardó, y ruego a Dios que me guarde a mí y a todas mis amigas
del que me quiere matar y hacer mal y me da a entender que le pesa mi daño.
Vos, señor conde
Lucanor, guardaos siempre del que veáis que os perjudica y da a entender que le
pesa aquello que hace; pero si alguno os perjudicase, no por haceros daño ni
deshonra, y el perjuicio no fuera cosa que os dañe mucho, y el hombre fuera
alguien de quien habéis recibido servicio o ayuda, y lo hiciera con queja o
necesidad, en tales ocasiones, os aconsejo yo que cerréis los ojos, pero de
manera que no lo haga tantas veces que se os siga daño y vergüenza. Si de otra
manera lo hiciese, alejadlo de tal modo que vuestra hacienda y vuestra honra
quede siempre guardada.
El conde tuvo por buen
consejo éste que Patronio le daba, hízolo así y encontróse por ello bien.
Entendiendo don Juan
que este ejemplo era muy bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos
versos que dicen así:
Quien
te hace mal mostrando gran pesar,
cuida
cómo de él te puedas guardar.
(Don
Juan Manuel: El conde Lucanor,
Cuento XIII “De lo que aconteció a un
hombre que cazaba perdices”)
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