¿Qué me quiere tu mano?
¿Qué deseas de mí, dime, árbol mío?
...Te impulsaba la brisa: pero el gesto
era tuyo, era tuyo.
Como el niño, cuajado de ternura
que le brota en la entraña y que no sabe
expresar, lentamente, tristemente,
me pasaste la mano por el rostro, me acarició tu rama.
¡Qué suavidad había
en el roce! ¡
Cuán tersa
debe de ser tu voz! ¿Qué me preguntas?
Di, ¿qué me quieres, árbol, árbol, mío?
La terca piedra estéril,
concentrada en su luto
-frenética mudez o grito inmóvil-,
expresa duramente,
llega a decir su duelo
a fuerza de silencio atesorado.
(ALONSO,
Dámaso: «Voz
del árbol»)
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